La autoexperimentación, un elemento clave en el avance de la ciencia anestesiológica

El doctor Fernando Gilsanz Rodríguez ingresa como Académico Correspondiente en la Sección de Medicina, de la Real Academia de Doctores de España

La autoexperimentación, un elemento clave en el avance de la ciencia anestesiológica

La autoexperimentación de fármacos y terapias es una constante en el campo de la medicina. La literatura medica recoge un total de 465 autoexperimentos en distintas especialidades entre 1800 y 1999, en una lista en la que la anestesiología ocupa el segundo lugar, con 101 casos, que han continuado hasta nuestros días. Los anestesiólogos han comprobado en sí mismos los efectos y la seguridad de los fármacos y las técnicas anestésicas y, con la confianza en sus conocimientos, su compromiso con los enfermos y sus valores éticos han hecho avanzar la ciencia anestesiológica, afirmó el doctor Fernando Gilsanz Rodríguez, al tomar posesión como Académico Correspondiente de la Sección de Medicina de la Real Academia de Doctores de España (RADE).

El recipiendario, que leyó el discurso de ingreso Auto-experimentación en anestesiología fue presentado por el doctor José Antonio Rodríguez Montes, Académico de Número de la Sección y Bibliotecario de la RADE, en un acto presidido por el titular de la corporación, doctor Jesús Álvarez Fernández-Represa, acompañado por el doctor Emilio de Diego García, Secretario General de la academia.

Inició su intervención el nuevo miembro de la RADE, citando al primer anestesiólogo profesional de la historia, el australiano Rupert Hornabrook, que se administró un anestésico inhalatorio, cloruro de etilo, mientras se hacía una pequeña cirugía. La autoexperimentación ha sido criticada en ocasiones porque no se hacía con las debidas garantías, tanto personales como metodológicas; sin embargo, como señaló Gilsanz, algunos autoexperimentadores han recibido el Premio Nobel por sus trabajos, como William Ramsey, galardonado en 1904 por su investigación con gases inertes, entre otros.

De los autoexperimentadores anteriores a 1846, Gilsanz destacó a sir Humphry Davy, que comprobó en su propia persona los efectos del óxido nitroso. Davy escribió, en 1800, un tratado sobre investigación química y filosófica de este gas, en el que afirma que, cuando le dolían las muelas, lo inhalaba dos o tres veces y se le quitaba el dolor, lo que demostraba que era un anestésico, y se aventuró a asegurar que el óxido nitroso era capaz de abolir el dolor en las intervenciones.

La primera intervención con éter

Del periodo 1846-1870, Gilsanz citó los experimentos de William Thomas Morton con el éter. El 16 de octubre de 1846, en Boston, Morton hizo la primera demostración pública de un anestésico quirúrgico. Un cirujano y un odontólogo administraron éter como anestesia a un paciente con un tumor en la parótida, para intervenirle. Para sorpresa del doctor Warren, que era el cirujano, y de los demás caballeros presentes, el paciente no se encogió ni gritó, aunque durante la operación empezó a mover los miembros y a proferir expresiones extraordinarias. Esos movimientos parecían denotar la existencia de dolor, escribió Morton. Mas, una vez recuperadas las facultades, el operado dijo que no había experimentado dolor, sino la sensación de que le rozaban la región intervenida con un instrumento romo. Hoy los anestesiólogo sabemos, continuó Gilsanz, que aquél fue un éxito relativo, porque hubo movimiento, lo que denota cierto grado de despertar. Lo resaltable, subrayó el recipiendario, es que Morton había probado personalmente el éter en su despacho, y confesó a su mujer que había quedado inconsciente. Morton pasó a la historia, pero no publicó sus experimentos, tarea de la que se encargó el ayudante del doctor Warren.

En el siglo XIX, un ginecólogo escocés, sir James Young Simpson, inhaló varios fluidos volátiles de agradable olor con la esperanza de que pudieran tener las ventajas del éter, sin sus inconvenientes, y acabó descubriendo el más efectivo: el cloroformo. Simpson se puso en contacto con John Snow, otro pionero de la autoexperimentación y de la historia de la medicina. Ambos fueron llamados por la reina Victoria de Inglaterra para que la anestesiaran durante el parto de su octavo hijo, el príncipe Leopoldo, que nació el 7 de abril de 1853. El hecho provocó un editorial de The Lancet, la revista más influyente del país, en el que se criticaba que se hubiera puesto en peligro la vida de la soberana; pero su majestad resolvió la polémica al calificar su anestésico como “adorable cloroformo”. Snow publicó los resultados de sus autoexperimentos realizados de 1845 a 1855 con anestésicos como: éter, cloroformo, nitrato de etilo, bisulfito de carbono, benceno, bromoformo de etilo y dicloroetano.

En España, Casares Rodrigo , catedrático de Química de la Universidad de Santiago de Compostela, comprobó por sí mismo, en febrero de 1847, las propiedades del cloroformo y las comparó con las del éter, que había experimentado diez meses antes.

Del siglo XX, Gilsanz mencionó a Frederick Prescott, director de investigación de la clínica Burruoghs Wellcome, que experimentó con fármacos que actúan sobre la unión neuromuscular y que entrañaban riesgos evidentes. Prescott publicó los trabajos de autoexperimentación y los clínicos que hizo con otros profesores. Describió cómo se administró diez miligramos de curare, que le hizo sentirse muy débil. Podía mover brazos y piernas, pero tenía los músculos faciales y del cuello paralizados. No podía hablar bien, solo alcanzaba a modular palabras sueltas. Veía doble. Pasados quince minutos, el vigor retornó a la musculatura y la fuerza reapareció en sentido inverso al de la paralización. El paso siguiente fue aumentar la dosis a veinte miligramos, con consecuencias un poco más fuertes. Pero, al llegar a los treinta miligramos, “a los dos minutos, tenía la musculatura de la cara, el cuello, los brazos y las piernas completamente paralizados. No podía hablar ni abrir los ojos. Al tercero, se me paralizaron los músculos de la respiración. No me ponía cianótico, pero tenía la sensación de que me estaba ahogando. Sentía que me ahogaba en mi propia saliva, porque, por entonces, no podía tragar ni toser”. El doctor sir Geoffrey Organe, que supervisaba el experimento, le administró oxígeno, pero Prescott seguía ahogándose, por lo que Organe le inyectó un antídoto del curare, neostigmina, que no fue suficiente, y tuvo que seguir asistiéndole con ventilación.

Prescott no fue el único en autoexperimentar con curare, sino que hubo más casos, como el de la anestesióloga Helen Barnes que, por la misma época, dejó que se lo administrasen, lo que le produjo los mismos síntomas de la miastenia gravis, una enfermedad que provoca debilidad muscular extrema.

Autoexperimentación y alto secreto

Otto K. Mayrhofer, considerado el introductor de la anestesia moderna, publicó en 1952 sus autoexperiencias y resultados con otro relajante, la sufilcolina.

Destacó, a continuación, Gilsanz a un anestesista poco conocido del siglo XX: Edgar Alan Pask, que fue ayudante de Macintosh, el primer catedrático de Anestesia de Europa, en Oxford. Al comenzar la II Guerra Mundial se crearon en el Reino Unido centros secretos de experimentación, como el Instituto de Fisiología de la RAF, para estudiar la forma de evitar la muerte a los pilotos en múltiples circunstancias, como, por ejemplo, al saltar en paracaídas a 400 pies de altura, al estar en peligro de ahogarse en el mar, cuál era el mejor chaleco salvavidas para un piloto inconsciente, etc. Macintosh y Pask trabajaron y autoexperimentaron en estas materias con estudios que han sido secretos hasta hace poco.

Pask aprovechó su labor para hacer su tesis doctoral, en la que el doctorando y el paciente eran la misma persona. Aspiró éter, probó distintos métodos de ventilación artificial pulmonar, se le paralizó con curare antes de que esta sustancia se utilizara como anestésico y ensayó gran variedad de chalecos salvavidas y dispositivos de flotación en diferentes condiciones, Indudablemente, añadió Gilsanz, durante estas y otras pruebas sufrió aspiración con daño pulmonar. Pask, al que se recuerda más en los libros de historia que en los de medicina, fue condecorado por el rey Jorge VI con la orden de caballero del imperio británico, y la asociación de anestesistas de Gran Bretaña creó el premio Pask Certificate of Honor.

Antes de finalizar su exposición, Gilsanz citó otros nombres relevantes de la autoexperimentación, como Severinghaus, Griffith, Sadove, Brown o Jones, entre otros, que han seguido haciendo trabajos muy interesantes de autoexperimentación con cada vez mayor seguridad en sus técnicas.

Una fértil carrera dedicada a la anestesiología

Licenciado en Medicina y Cirugía en la Universidad Complutense, en 1973, y doctor cum laude por la misma institución, Fernando Gilsanz se formó como residente en la Clínica Puerta de Hierro, de Madrid, antes de pasar a médico adjunto y jefe de sección del Servicio de Anestesia-Reanimación, del mismo centro. Completó su preparación como investigador clínico en prestigiosos centros del Reino Unido, como el Royal Victory Infirmary y la Universidad de Leeds, dijo el doctor Rodríguez Montes al presentar al recipiendario.

En 1990 obtuvo por oposición la jefatura del Servicio de Anestesia-Reanimación del Hospital Universitario de la Princesa, y en 2001, conseguida plaza en la Universidad Autónoma de Madrid, ganó la jefatura del Servicio de Anestesia-Reanimación del Hospital Universitario la Paz, cargo que ejerce desde entonces. Tras pasar por todo el escalafón docente universitario, en 2007 consiguió la cátedra de Anestesiología-Reanimación y Terapéutica del Dolor en la Autónoma madrileña.

Sus aportaciones pioneras se han publicado en las más destacadas revistas europeas y americanas de su área. Ha sido investigador principal en 22 proyectos de investigación financiados por agencias externas, ha dirigido 114 trabajos de suficiencia investigadora y 40 tesis doctorales. Ha publicado 200 artículos en revistas nacionales y 70 en extranjeras, 120 ponencias y conferencias en congresos y 400 comunicaciones. Ha editado cinco libros y es autor de 60 capítulos en libros y monografías nacionales, así como de siete capítulos en tratados extranjeros.

Ha presidido la Sociedad Madrid-Centro de Anestesiología, Reanimación y Terapéutica del Dolor y la sociedad nacional del mismo nombre, entre otros cargos. Ha representado a España en la Sociedad Europea de Anestesia y la Federación Mundial de Sociedades de Anestesiólogos, y es miembro de la Academia Europea de Anestesiólogos, así como del Examination Committee in Anaesthesia and Intensive Care de dicha academia. Desde 2006 pertenece al European Board of Anaesthesiology, Intensive Care Medicine, Emergency Medicine and Pain Treatment, de la Unión Europea de Médicos Especialistas; y ha dirigido 53 cursos convocados por estas organizaciones.