La RADE dedicó una sesión in memoriam a José María Albareda y su papel al frente del CSIC

El objetivo del controvertido personaje fue crear las generaciones iniciales de investigadores españoles en el primer franquismo

La RADE dedicó una sesión in memoriam a José María Albareda y su papel al frente del CSIC

La Sección de Farmacia de la Real Academia de Doctores de España (RADE) organizó una sesión in memoriam bajo el título “José María Albareda (1902-1966)”, personaje controvertido que en la época del primer franquismo puso en marcha una política científica para formar las primeras generaciones de investigadores españoles con la potestad ejecutiva e incuestionable de su cargo de Secretario General del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que él mismo contribuyó a diseñar. Presidió el acto el titular de la corporación, Jesús Álvarez Fernández-Represa, acompañado del Presidente de la Sección de Farmacia, Antonio Doadrio Villarejo.

No es sencillo acercarse a un personaje tan controvertido como José María Albareda Herrera, afirmó Rosa Basante Pol, Académica de Número de la Sección de Farmacia, que actuó como moderadora. La historiografía disponible se debate entre quienes ensalzan su figura por encima de los límites de lo humano, y sus detractores, que le suponen solo una herramienta del franquismo. Un debate que nace, en gran parte, de su participación en la génesis del CSIC y de los esfuerzos por potenciar la investigación científica en España que Albareda puso en práctica.

Basante insistió en la importante huella de la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) en la formación de Albareda, al que otorgó su primera beca para proseguir estudios en Alemania y Suiza, a la que siguieron otras, la última de las cuales no pudo aprovechar por el comienzo de la guerra civil

Como catedrático de Farmacia en la Universidad de Madrid, continuó Basante, participó en los nuevos planes de estudio y se preocupó de que sus discípulos se convirtieran en futuros investigadores. Con esa idea fundamental, fomentó la creación del Club Edaphos. De él decían sus discípulos, que sabía orientar sin imponer, y así colaboró a sentar las bases para que España fuera aceptada en la comunidad científica internacional.

Factótum del CSIC

A partir de 1939, Albareda fue el Secretario General del CSIC y auténtico factótum del órgano desde el que las autoridades querían encauzar la investigación científica, en cuya gestación intervino activamente, manifestó Alfredo Baratas Díaz, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad Complutense.

José María Albareda nació en 1902 en Caspe (Zaragoza). Siguiendo la senda de su padre, se licenció en Farmacia, en Madrid, en 1922, y comenzó Ciencias Químicas en Zaragoza. En 1927 defendió su tesis doctoral en Farmacia. Tras su doctorado y sus dos licenciaturas, ganó una cátedra de instituto en 1928. Ese mismo año solicitó una pensión de la JAE para estudiar en el extranjero. En Suiza y Alemania se especializó en química del suelo. Su objetivo entonces fue conseguir un segundo doctorado en Químicas. En 1932 obtuvo otra beca de la JAE para continuar sus trabajos sobre las arcillas. Durante dos años amplió estudios en el Reino Unido y viajó por centros de investigación del centro de Europa, especializándose en el estudio físico-biológico de los suelos. Ya en Madrid, ocupó una cátedra en el Instituto de Bachillerato Velázquez, y se le encargó la Cátedra Conde de Cartagena en la Academia de Ciencias.

Advirtió Baratas que el encuentro con José María Escrivá de Balaguer fue fundamental para Albareda, que ingresó en el Opus Dei. Durante la guerra civil, pasó a Francia por Andorra, junto con Escrivá y un grupo de seguidores. Vuelto a España, se puso a disposición del gobierno franquista en Burgos y asumió funciones en la Dirección General de Enseñanza Media. Conoció a José Ibáñez Martín, aragonés, catedrático del Instituto San Isidro, miembro de la Asociación Católica Nacional de Propagandista y cedista, con el que compartía la preocupación por el futuro de la investigación española. Cuando Ibáñez Martín se hizo cargo del Ministerio de Educación Nacional, trató con Albareda sobre la orientación de la investigación y surgieron los primeros proyectos de la institución que tomaría el relevo de la JAE: el CSIC.

Al terminar la contienda fue Director del Instituto Ramiro de Maeztu, en Madrid, y su amigo Ibáñez Martín le encargó el borrador de una gran institución científica. Meses después nacía el CSIC y Albareda, que había diseñado también su estructura directiva, asumió el cargo de Secretario General. Entre tanto, ganó la cátedra de Mineralogía y Zoología Aplicada a la Farmacia, en la Universidad Central.

Ciencia confesional y al servicio de la patria

Como señaló Baratas, Albareda actuaba como auténtico Presidente del CSIC. Era intocable por su relación con Ibáñez Martín, y después se convirtió en insustituible. El proyecto era imponer en el mundo de la cultura las ideas esenciales que inspiraban “los gloriosos principios del Movimiento Nacional”, volver a la clásica y cristiana unidad de las ciencias, crear un contrapeso frente al brutal especialismo solitario y vincular los objetivos de la ciencia a los intereses de la patria.

Explicó el ponente los cuatro sellos característicos de la institución: la confesionalidad evidente, la capacidad ejecutiva delegada en el Secretario General, que disponía de un presupuesto relativamente alto y daba preeminencia en los gastos a los centros de carácter aplicado en detrimento de la ciencia básica, y la separación entre la universidad y el CSIC, lo que deslindaba las funciones docentes de las investigadoras, aunque había profesores universitarios que ejercían su labor científica en el consejo. Como aspecto positivo del CSIC, Baratas destacó que “se fueron creando centros específicos en provincias o secciones locales en ciudades que contaban con activas universidades, cuyos profesores estaban en el núcleo del nacimiento de estas secciones”.

En 1959 Albareda se había ordenado sacerdote y, al año siguiente, fue nombrado Rector de la Universidad de Navarra, por lo que presentó su renuncia al cargo en el CSIC, pero no se le aceptó. El trasiego entre Madrid y Pamplona debió resentir necesariamente la actividad de la institución, según Baratas. La crisis económica de los años 50 y el Plan de Estabilización que buscaba un nuevo modelo económico, obligó a rediseñar la política científica. En 1958, Manuel Lora Tamayo, futuro Ministro de Educación y Ciencia, creó la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica, que suponía la revisión de la política científica. Pero Albareda continuó al frente del CSIC hasta su muerte, en 1966.

Antonio González-Bueno, Académico Correspondiente de la Sección de Ciencias Experimentales de la RADE, analizó la formación de la primera generación de científicos del primer franquismo y cómo, de la mano de Albareda, se sentaron las bases para la aceptación de España en la comunidad científica internacional. El Club Edaphos, bajo la orientación de Albareda, agrupó a brillantes alumnos de la Facultad de Farmacia de Madrid. Su génesis surge en el curso 1947-48, cuando Julio Rodríguez Villanueva y Avelino Pérez Geijo llegaron a la facultad y Albareda les invitó a incorporarse a su cátedra para investigar. Después, se incorporaron al grupo: Eugenio Laborda Rodríguez, Manuel Losada Villasante, Manuel Ruiz Amil y Gonzalo Giménez Martín. Su mentor vio en todos ellos el caldo de cultivo perfecto para su propósito. Nacía el club al abrigo de la cátedra de Geología Aplicada y con el apoyo científico y financiero del Instituto de Edafología, Ecología y Fisiología Vegetal del CSIC.

Formar investigadores que no existían

En torno al estudio del suelo, Albareda reunía así estudiantes que habrían de convertirse en especialistas en microbiología o bioquímica, que encajaban en áreas específicas del Instituto de Edafología, con fuerte proyección en los años 50, en las que no existían investigadores en España. Se reunían semanalmente presididos, salvo pocas excepciones, por Albareda, que les incitaba intervenir. Tenían el compromiso no escrito de asistir a los actos del CSIC e intervenir en los debates, así como a excursiones organizadas por el instituto de Edafología. Las actividades las financiaba el CSIC y otras entidades que buscaba Albareda, como cajas de ahorro, entre otras.

El club siguió creciendo, continuó Gonzalez-Bueno, con el ingreso de Daniel Vázquez Martínez, Claudio Fernández Heredia, Isabel García Acha, futura esposa de Rodríguez Villanueva, y de cuatro jóvenes más que también formaron matrimonio: José María Rey Arnaiz y Josefina Benayas Casares y Gonzalo Jiménez Martín y Josefina Abián Burgos.

Albareda empezó a gestionar las estancias de los edaphos en el extranjero en 1951, con becas del Instituto de Edafología y del CSIC, A medida que los estudiantes iban culminando etapas académicas, los incorporaba como becarios al instituto o promovía su estancia en otros países para ampliar estudios. La forma de trabajar de Albareda consistía en: relacionarse con profesores extranjeros conocidos, potenciar el aprendizaje de idiomas, la descentralización administrativa entre centros que dependían de él y libre disposición de los presupuestos de la Secretaría General del CSIC. Los destinos no eran casuales: siempre con profesores próximos y en áreas de especialización en las que el consejo carecía de expertos. En ocasiones, visitaba a sus discípulos en otros países para reanudar las reuniones del club, mantener la relación personal y supervisar la vocación investigadora de sus alumnos. De esa forma, todos compartían el mismo entusiasmo para trabajar en proyectos comunes y formar una red de trabajo en España, añadió González-Bueno.

Mientras continuaban su formación, algunos miembros de la primera generación del club colaboraron en la selección de nuevos miembros para el grupo. A medida que avanzaban en su preparación, los alumnos fundadores del club se iban presentando a oposiciones e iban ganando plazas en distintos centros del CSIC. Albareda había conseguido sentar las bases de un primer grupo de investigadores con publicaciones internacionales reconocidas y trabajos entrelazados. Prosiguió alimentando el grupo en años posteriores, con nuevas incorporaciones y el apoyo económico e institucional del CSIC, aunque las actividades las dirigían ya los miembros mayores del club, en especial Pérez Geijo, y entre los profesores invitados figuraban Rodríguez Villanueva, Isabel García Acha o Manuel Losada, convertidos en expertos en sus áreas del saber.