Arreglar la crisis europea requiere resolver el problema de representación en cada estado miembro

Existe un profundo divorcio de mentalidades entre las sociedades de cada país de la UE, dijo Antonio Jiménez-Blanco Carrillo de Albornoz al ingresar en la RADE

Arreglar la crisis europea requiere resolver el problema de representación en cada estado miembro

La crisis de la integración europea tiene remedio, “pero hay que empezar por donde esta el problema, que es en cada uno de los estados. Que la gente cambie de manera de pensar no es cosa de un día , pero, desde luego, hace falta eliminar los estorbos (…) que en los últimos años vienen haciendo que el discurso político, por su falta de realismo, su vaciedad y su previsibilidad, nos suene a los ciudadanos cada vez más hueco”, afirmó Antonio Jiménez-Blanco Carrillo de Albornoz, en su discurso de toma de posesión como Académico de Número de la Sección de Derecho de la Real Academia de Doctores de España (RADE), con la medalla número 103.

Se oye con frecuencia que Europa está en crisis por el Brexit, “pues bien, soy de los que piensan que no estamos ante la causa de la crisis, sino ante un mero síntoma de ella”, afirmó el nuevo Académico en su discurso la crisis de la integración europea: ¿Tiene remedio? Lejos de alardear de “optimismo insensato, sino justo lo contrario”, el recipiendario argumentó que esta crisis es muy profunda, porque recoge y amplifica todos los rasgos de la crisis general de nuestro tiempo globalizado, que no es solo económica. Entre el norte de protestantes y acreedores y el sur de católicos y deudores existe un profundo divorcio de mentalidades que se reproduce en cada una de las opiniones públicas de los países miembros, “como se nos muestra en cada ocasión electoral”, agregó Jiménez-Blanco.

Al profundizar en este fenómeno, dijo que el rescate de Grecia, a cambio de reformas estructurales para derogar su paternalista derecho laboral y su insostenible régimen de pensiones, ha generado una seria oposición en las sociedades de cada parte. Los del norte entienden que nunca debieron seguir alimentando a la cigarra, porque se le desincentiva a que se porte como es debido. Mientras que en el sur, mucha gente piensa que las condiciones son injustas y contraproducentes. En ambos casos surgen partidos populistas: los de derechas son antirescates, y los de izquierdas, antirecortes. Se pone de relieve así, “que, entre unos y otros socios de un mismo mercado y de una moneda única, las mentalidades mayoritarias, que es lo más importante, no solo no convergen sino que se van separando cada vez más”, añadió.

El otro asunto que ha puesto a prueba la integración en los últimos tiempos ha sido la avalancha de refugiados sirios, cuestión en la que los países del occidente europeo se han mostrado muy distintos a los del oriente e, incluso, ha fragmentado la propia Alemania, con una abierta rebelión contra su gobierno por haberse mostrado generoso en demasía. En este caso, el populismo de derecha ha cambiado la bandera del no a los rescates por el no a los refugiados; mientras que los gobiernos del este de Europa, o más bien del centro, se han alineado con ese planteamiento, “no sin coste para los valores de la integración y, sobre todo, la libre circulación de personas”. “Así pues, ruptura entre el norte y el sur, por una parte, y entre el este y el oeste, por otra”, destacó Jiménez-Blanco.

Un proceso con freno y marcha atrás

Esta situación acredita, según el recipiendario, que los dos pilares de nuestra coexistencia, el euro de Maastricht y la libre circulación de personas de Schengen, no responden a un consenso social mínimo. Descubrimos así, de manera amarga, que el proceso de integración europea no es una dinámica lineal, sino que tiene freno y marcha atrás.

Jiménez-Blanco recordó que la historia de la integración europea no nació en la postguerra mundial por un impulso desde abajo, sino por la necesidad de Francia y Alemania de llegar a un acuerdo sobre sus producciones de carbón y acero. Por eso, la Alta Autoridad de la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) estaba blindada frente a los gobiernos y frente a las respectivas opiniones públicas de ambos estados. Por supuesto, “nadie se planteaba ahí dar a los respectivos electorados (…) la voz para poder, en su caso, vetar el proceso”, señaló.

Más adelante, al cambiar su constitución en 1958, Francia permitió la democracia directa o refrendataria; en 1972 se vio indispensable el impulso político y se formalizó el Consejo Europeo, que reúne a los jefes de gobierno, y en 1976 se constituyó el Parlamento Europeo. Sin estar de acuerdo en las imputaciones de déficit democrático de Bruselas, Jiménez-Blanco consideró cierto que “la supranacionalidad, sin haber nacido como algo enfrentado a unas opiniones públicas domésticas de las que nada bueno cabía esperar, sí vino al mundo al margen de ellas”.

Sociedades fragmentadas internamente

El presupuesto implícito de este proceso era doble. Por un lado, que cada sociedad gozaba de unos mínimos de homogeneidad, lo que daba un respaldo suficiente a cada gobernante cuando fuera a Bruselas discutir. Y, por otro, que las mentalidades de aquí y de allá irían acercándose a lo largo del tiempo. Pero, cierto es que no ha sido así, pese a la globalización, y “lo que se ha fragmentado en cada una de las sociedades es su interior”; de forma que, quizá por el efecto combinado de la crisis económica y el espectacular desarrollo tecnológico, esas líneas de división son hoy importantísimas al formar las maneras de pensar de cada quien y, por supuesto, de expresarse electoralmente, en opinión de Jiménez-Blanco.

La toma de decisiones en Europa descansa, en último término, sobre los gobiernos nacionales; “pero si a estos les falta pie, todo el sistema hace aguas”, prosiguió. El Consejo Europeo ha celebrado reuniones sin cuento en los últimos años, “pero la crisis de confianza en sí mismos que muestran los asistentes (temerosos de cómo ‘vender’, al volver cada uno a su pueblucho, tal o cual medida que con toda probabilidad está en frontal entredicho de lo que tuvo la osadía de prometer, confiando en que a los electores les suele fallar la memoria, en tal o cual mitin) hace que, aún estando acuciados por las circunstancias, se sientan atenazados a la hora de intentar resolver problema alguno”. Todo ello causa una crisis de representación en los estados nacionales, porque “las instituciones europeas no son estancas con respecto a las nacionales. Si estas flaquean, salpican enseguida a aquellas”, subrayó.

Para Jiménez-Blanco, puesta en cuestión la moneda única, y lo que subyace a ella, el control del déficit público y la fiabilidad de la cuentas, y la libre circulación de personas, parece haber poco a salvo, menos el llamado mercado interior de bienes y servicios. Así las cosas, el problema abordado resulta indisociable de las crisis “que viven domésticamente los estados , donde, pese a la globalización y a la uniformidad tecnológica, o quizá precisamente por ello, las correspondientes sociedades se muestran cada vez más divididas (y más desconfiadas: vuelvo a la misma palabra) y, por tanto, resultan más difíciles de representar”. “Dicho de otra manera y tratando de responder a la pregunta del título, si la integración europea tiene remedio. Estoy convencido de que sí. Pero hay que empezar por donde está el problema, que es en cada uno de los estados. Que la gente cambie de manera de pensar no es cosa de un día, pero, desde luego, hace falta eliminar los estorbos”, reiteró.

Estudioso del federalismo y el regionalismo

Granadino de nacimiento, Jiménez-Blanco se licenció en Derecho en 1979. Tras ganar la plaza de letrado de las Cortes, marchó a la Universidad de Munich con una beca de la Fundación Juan March, para ampliar estudios sobre federalismos y regionalismos comparados. Se doctoró en Derecho, en 1984, en la Complutense, con la tesis Las relaciones de funcionamiento entre el poder central y los entes territoriales. En 1989 obtuvo la cátedra de Derecho Administrativo de la Universidad de Granada y, en 2009, la de la Politécnica de Madrid, dijo Fernando Bécker Zuazua, de la Sección de Ciencias Políticas y de la Economía, al contestar al recipiendario.

Desde su estancia en Alemania ha sido pieza clave en la interlocución entre ambas comunidades académicas, por lo que ha recibido la Cruz de Honor de la República Federal, en 2001, y preside el círculo de diálogo hispano-alemán de la cátedra de Derecho Constitucional de la Universidad de Colonia, lo que le ha valido el Premio Robert Schumann, por su contribución a la construcción europea.

Tres son sus líneas de investigación principales: el ámbito de las autonomías territoriales y el régimen local, la integración europea y la regulación económica en finanzas y energía, temas sobre los que ha elaborado numerosos informes y dictámenes a escala nacional e internacional. Considerado uno de los mejores administrativistas de España, ha publicado 53 artículos en revistas especializadas, y 49 colaboraciones en obras colectivas, además de una docena de libros.

En su respuesta, Bécker destacó que la irrupción de opciones políticas populistas radicales en los parlamentos nacionales y regionales resulta preocupante, no solo porque el populismo como tal carece de ideología definida, sino porque sus propuestas se alejan del objetivo europeo, y varían entre salir del euro, abolir Schengen, abandonar la UE, aumentar los impuestos a las grandes empresas, nacionalizar sectores económicos o incumplir las obligaciones de la deuda. Y todas ellas, con un elemento común: el factor identitario disgregador. Por ello, indicó, se hace necesaria la búsqueda de liderazgos potentes, sustentados en el más puro sentido orteguiano de la política, “en hacer pedagogía”.

Urge, según Bécker, reforzar las instituciones comunitarias y completar la inacabada arquitectura institucional europea, porque “después del triunfo del Brexit no hay tiempo para las dilaciones”. Sugirió unificar los mercados de bienes y servicios pendientes, como los de energía y capitales, o liberalizar los servicios profesionales. La necesidad de una política de seguridad y defensa común resulta perentoria, añadió, por no citar una mejor y mayor coordinación de las políticas fiscales, la unión de los organismos reguladores, la necesidad de una autoridad financiera única y una larga serie de iniciativas pendientes durante muchos años.