José Antonio Gutiérrez Fuentes ingresa en la RADE como Académico Numerario de la Sección de Medicina

La ciencia española necesita una carrera diferente para los investigadores, una política científica estable y que las universidades hagan I+D+i competitiva

José Antonio Gutiérrez Fuentes ingresa en la RADE como Académico Numerario de la Sección de Medicina

Para que la investigación española supere sus problemas y cumpla sus objetivos, hay que crear una carrera para que el investigador pueda entrar y salir de acuerdo con sus méritos, tener una política científica con prioridades claras y estabilidad de futuro para los inversores, favorecer a las universidades que hagan I+D+i competitiva y apostar por la internacionalización, manifestó el doctor José Antonio Gutiérrez Fuentes al tomar posesión, como Académico de Número, de la medalla 104 de la Sección de Medicina de la Real Academia de Doctores de España (RADE).

El nuevo Académico es doctor en Medicina por la Universidad Complutense, en la que ha ejercido como profesor asociado; ha sido Director del Instituto de Salud Carlos III y de la Fundación Lilly, de la que es Consejero Honorífico, y ha desempeñado su labor profesional como adjunto del Hospital Clínico de San Carlos de Madrid. Ha presidido o dirigido diversas entidades científicas, algunas de las cuales ha fundado, en el Carlos III, además de ser creador o patrono de otras, como la Fundación para el Avance de la Investigación Española sobre el SIDA, la Fundación Airtel o la Sociedad Española de Arteriosclerosis.

Miembro de diversas sociedades científicas internacionales y nacionales, ha dirigido diez tesis doctorales y tesinas, es autor o colaborador de 50 libros, ha publicado 120 artículos científicos, más de 160 comunicaciones en congresos internacionales y nacionales, así como dos centenares y medio de ponencias en simposios, cursos y seminarios; además de dirigir diferentes proyectos sobre prevención de enfermedades cardiovasculares.

En su discurso de ingreso, Ciencia, sociedad y científicos, Gutiérrez Fuentes repasó conclusiones de diversas actividades y publicaciones de la Fundación Lilly, e hizo referencia a los planes nacionales de investigación, que han visto incumplidas sus metas por la crisis económica, al disminuir el gasto público y privado en I+D, aunque “conviene recordar que esta política de recortes no ha sido igual en otros países, y ni siquiera entre las diferentes regiones españolas”. No obstante, reconoció que en las recientes décadas se han producido iniciativas, fundamentalmente públicas, que han aumentado inversiones, infraestructuras y número de investigadores. Pero la producción, a pesar de logros loables, sigue lejos de las metas necesarias, si se analizan con indicadores de calidad.

Desconfianza en la ciencia

“Debemos concluir que, si bien precisamos mayor esfuerzo inversor, nos engañaríamos si pensásemos que la menor inversión relativa en I+D existente en España, en comparación con otros países avanzados, es la causa principal de nuestros problemas y el relativo retraso. En buena parte sucede lo contrario: la escasa inversión en ciencia es una consecuencia de nuestra realidad social, nuestra mentalidad y nuestra cultura colectiva que desconfía de la utilidad de hacerlo”, afirmó.

Relacionó las deficiencias de la ciencia española con nuestro sistema educativo, que definió como “consecuencia de una mentalidad cimentada en unos valores sociales en los que la apuesta por lo fácil, contraria al esfuerzo, la nula inculcación en los alumnos de la curiosidad ante los conocimientos, la falta de emprendimiento en la búsqueda de alternativas o innovaciones y la aversión a la competitividad y al riesgo, son la norma. Todo ello, muy contrario al alto nivel de creatividad y necesario nivel de contingencia que las actividades de investigación científica y el desarrollo empresarial requieren. Además, nuestro sistema educativo no fomenta el compromiso ni el espíritu crítico, elementos indispensables tanto para el éxito de la actividad científica como para el avance de la sociedad”.

Que nuestra universidad no sea el motor del avance científico es, en su opinión, el resultado de “una sociedad acomodada, de una situación falta de exigencia y un profesorado mayoritariamente adaptado a ello”. Con la universidad ocurre como con la ciencia: se conocen cuáles son y dónde están los problemas, y el diagnóstico, pero, “generación tras generación, somos incapaces de aplicar los tratamientos requeridos”. Algo similar sucede con la gestión de la ciencia, agregó, “se sabe que priorizar y evaluar los resultados son dos requisitos fundamentales para lograr mayor calidad y competitividad científica. Pero nuestra mentalidad y nuestra trayectoria vital hacen que nos cueste medir los resultados, ya que esto supone hacer evidente quiénes son los mejores y quiénes no lo son. Y, más aún, priorizar. Esto es algo que nuestra cultura, con su tendencia a la uniformidad y la autocomplacencia, no acepta fácilmente”.

En los últimos 15 quince años ha habido cambios que permiten pensar que es posible corregir el rumbo, continuó. Cada vez hay más investigadores y grupos responsables y competitivos, y es mayor el control de las subvenciones públicas. Además, “nuestros mejores científicos ya no trabajan de forma aislada, sino en colaboración con los de otros países y compiten por recursos internacionales en un entorno de investigación abierta que busca el talento allí donde se encuentre”.

Científicos: funcionarios diferentes

En España el trípode universidad, administración y empresa no funciona, aseguró, porque falta la deseable adaptación e integración entre políticas reguladoras, académicas, industriales, tecnológicas e innovadoras. Y, tras preguntarse dónde está el problema para que en un marco actualizado y estructurado como el de la nueva Ley de la Ciencia, de 2011, no se alcancen los logros deseados, analizó a sus principales actores. El primero de ellos, la falta de diferenciación dentro de la función pública general merma eficacia a la investigación, y permite que permanezcan rigideces y situaciones atávicas. Modernizar los recursos humanos en la investigación no quiere decir colocar a todos en situaciones de mayor privilegio. Por el contrario, habría que facilitar el acceso a “una carrera del investigador, en la que se pueda entrar y salir de acuerdo con los méritos científicos acumulados. Se trataría de conseguir así cuerpos flexibles con continua renovación y reconocimiento y estímulo —retribución variable, carrera...— a la labor bien hecha”. Una condición ineludible del sistema es una política de atractivo para los investigadores, porque “solo bajo la premisa de invertir en cerebros, con generosidad y reglas de juego modernas, podremos progresar y competir en ciencia e innovación”.

Uno de los grandes problemas de la ciencia en España es la debilidad del “extremo tecnológico”, representada por el escaso número, tamaño y motivación de la mayoría de las empresas.“ Además de incentivos fiscales, etc., los inversores tendrán que encontrar en España una política científica definida, con prioridades claras y un panorama futuro de estabilidad, además de un sustrato en el que invertir”, resaltó. En este ámbito, calificó de acertadaslas áreas sectoriales introducidas en los planes nacionales para identificar y priorizar sectores estratégicos en los que podamos y debamos ser competitivos, así como favorecer intereses nacionales industriales que sean nichos de oportunidad, entre los que citó alimentación, automoción y turismo, además de otros a los que no podemos ser ajenos, como biotecnología, farmacia, genómica, telecomunicaciones, informática, etc.

Respecto a las universidades, cuya reforma integral considera pendiente, “debería favorecerse a aquellas que quieran apostar por la I+D+i, y sean capaces de hacerlo de forma competitiva; es decir, las que favorezcan una investigación de calidad, además de otorgar una enseñanza del mejor nivel”. Habrá universidades, advirtió, que se queden con la enseñanza y otras que añadan desarrollo investigador y busquen alianza con los sectores empresariales. Estas últimas serán las punteras y las más atractivas para el alumno, para el inversor y para la sociedad.

Finalmente, pero no menos importante, la nueva estructura del sistema de innovación debe apostar por la internacionalización, según Gutiérrez Fuentes, que alabó la labor del CDTI y animó a que participen otras instituciones, como el ICEX, con el fin de exportar ciencia.

El liderazgo social de los científicos

Sostuvo que, para decidir la estrategia que permita dar un salto cuantitativo y cualitativo a la investigación española, no se necesitan más análisis y evaluaciones que las ya conocidas, sino centrarnos en el quién y cómo plantearlas. El aprecio e integración social de la ciencia y su definitivo arraigo es una condición imprescindible para respaldar las necesarias políticas. “Sin embargo, cuando llegan los cambios políticos, las reformas o caminos iniciados, tanto en el nivel general como local, han sido replanteados o incluso abortados sin haberse llevado a cabo un riguroso ejercicio de evaluación de lo realizado ni, por supuesto, haber estado en situación de orientar mejor el rumbo, de forma fundamentada y transparente, ni introducir mecanismos correctores ni de priorización”.

“La integración social de la ciencia debería verse propiciada desde la propia sociedad a través de los ciudadanos conocedores y hacedores del objeto en cuestión: los científicos”, sentenció. De ellos deberían partir iniciativas o instituciones, al modo de la Academia de Ciencias en los Estados Unidos o la Royal Society en el Reino Unido, capaces de orientar la política científica con éxito, si fuese promovida y gestionada desde el propio colectivo científico, y blindada del poder político. Por otra parte, la coordinación en materia científica, que la Constitución reserva al Estado, debería concretarse en un ministerio que conciliase los intereses de investigadores, universidad y empresa.

Si para Ortega y Gasset el problema de España no radica en una crisis de la personalidad o del espíritu nacional, ni tiene que ver con la forma de Estado (monarquía o república), etc., sino con “la desarticulación del proyecto sugestivo de vida en común”; para Gutiérrez Fuentes, la cuestión reside en cómo mantener un ideario y una ilusión comunes entre los grupos, clases o gremios que potencie su desarrollo e interdependencia e impida su dispersión y la caída en el particularismo. Son las instituciones, subrayó, la expresión de la integración y vertebración de una nación, y de su solvencia, aceptación y acatamiento dependerá el funcionamiento saludable y la convivencia armónica del conjunto.

Cada vez es más necesaria la iniciativa ciudadana directa para abordar los problemas de cada sector en favor del colectivo propio y de la sociedad, y “deben aflorar o consolidarse las instituciones gremiales o profesionales, integradas por quienes mejor conocen los problemas y las soluciones de su tribu, y lideradas por los mejores, objetivamente constatados, capaces de adquirir y mantener el reconocimiento social y la autoridad necesarias para orientar e influir en el transcurso y futuro de los acontecimientos, en el terreno que les sea propio”, concluyó el doctor Gutiérrez Fuentes.

Optimismo, obligación moral

En su respuesta, decididamente optimista, Juan Luis Arsuaga, Académico de Número de la Sección de Ciencias Experimentales, aseguró que nunca en la historia de nuestro país se ha hecho tanta ciencia y de tanta calidad como se hace hoy. Ensalzó el éxito del proyecto creado por Gutiérrez Fuentes para el Instituto de Salud Carlos III, en el que el mismo Arsuaga ha participado, y el momento culminante que para la ciencia española supuso la labor del rey Carlos III, de cuyo nacimiento se cumple el 300 aniversario.

Del aquel Real Colegio de Cirugía de San Carlos vino, andando el tiempo, Ramón y Cajal, uno de los mayores genios que ha producido el mundo e infatigable luchador por la modernización de España, prosiguió Arsuaga. “Esta no tiene por qué ser, necesariamente, una historia que acaba mal, porque aquí estamos nosotros para recoger la antorcha y transmitirla, recordando a los luchadores que nos precedieron, haciendo con nuestro optimismo que su trabajo no haya sido vano, porque sus ideales no se han perdido, no han fracasado, no han muerto, siguen vigentes”. El optimismo es, pues, una obligación moral, indicó. “Solo quien cree que las cosas pueden ser cambiadas para mejor, solo el ilustrado, hará algo para cambiarlas. El pesimista no hará en cambio nada, no ayudará a nadie, solo se preocupará de sí mismo”.