José María Martínez-Val ingresa en la Sección de Ingeniería de la RADE

José María Martínez-Val ingresa en la Sección de Ingeniería de la RADE

La ingeniería industrial es heredera de los hornos sumerios en los que se descubrió el bronce, afirmó el nuevo académico en su investidura

La ingeniería industrial se puede considerar heredera de aquellas escuelas de termotecnia que fueron los hornos sumerios, en los que se descubrió el bronce que abrió un nuevo periodo histórico. “Y de aquellos hornos mesopotámicos nació la realidad industrial que, poco a poco al principio, estruendosamente ahora, nos ha hecho de verdad dueños del planeta; y siendo sus dueños, lo tendremos en verdad que cuidar”. Con estas palabras de su discurso Historia ignota de la técnica, tomó posesión de su plaza de Académico de Número de la Sección de Ingeniería de la Real Academia de Doctores de España (RADE), con la medalla número 8, el doctor José María Martínez-Val Peñalosa, al que contestó en nombre de la corporación la doctora Yolanda Moratilla Soria, de la misma sección.

En el solemne acto académico, el Presidente de la RADE, Jesús Álvarez Fernández-Represa, estuvo acompañado del Rector de la Universidad Politécnica de Madrid, Guillermo Cisneros; y del Almirante Segundo Jefe del Estado Mayor de la Armada, José Antonio Ruesta Botella, además de otros miembros de la Junta Directiva de la corporación.

Nadie parece haberse preguntado cómo y por qué vías apareció el bronce, para cuya producción hacen falta minerales cupríferos y hornos a 1000 grados centígrados, dijo el nuevo Académico. Pero, la hazaña técnica de descubrirlo “no es algo al alcance de cualquier diletante de la ingeniería térmica, sino de verdaderos especialistas que resolvieron intuitiva y genialmente un conjunto de problemas en absoluto triviales”.

Todo empezaría de manera fortuita, al cargar en un horno magnífico algunas piedras con minerales de cobre, siguió Martínez-Val. Al alcanzar los 1000 grados aproximadamente, los minerales experimentarían reducción química, y los elementos metálicos, particularmente el cobre, se fundirían y colarían hacia abajo hasta escapar del horno, enfriarse, y solidificar como metal casi puro, de muy buenas prestaciones como arma y herramienta, aunque algo pesadas, muy eficaces para cortar, romper, destruir o ayudar a construir. Cabe suponer, advirtió, que las primeras veces no supieran interpretar el fenómeno, y fallara el principio de causalidad. Pero, a la cuarta, la quinta o la décima, aquellos ingenieros “comprenderían que algunas de las rocas puestas para hacer de paredes del horno tenían una facultad interior, por la cual, al calentarse mucho, expelían un humor que acababa en una pieza dura y resistente, que pronto empezarían a saber usar”.

Nace la metalurgia

Aquel comienzo de la mineralurgia sería intrincado, llevaría su tiempo y sus distancias, pues en la Baja Mesopotamia casi no hay minerales metálicos, y las piedras se transportarían en caravanas de camellos. En Sumeria, continuó, “el bronce marca, junto a la escritura, la codificación, la agricultura, la ganadería y el urbanismo, lo más sobresaliente de una cultura de la que somos herederos directos, a pesar de que su nombre prácticamente se extinguió en el vocabulario de los siguientes pueblos, hasta recobrarse a finales del siglo XIX, cuando la incontable aparición de tablillas de barro cocido y su oportuna traducción, permitieron conocer y recrear aquel mundo cuyas iniciativas técnicas, amén de otras, proyectaron a la humanidad hacia el futuro al que hemos llegado”.

Recordó Martínez-Val que técnica viene del griego tecnos, a través del latín, y significa arte, lo artificial, lo opuesto a la natural. “Tecnos es lo que hacemos aparecer por medios distintos a los que provee la naturaleza, aunque en la mayor parte de las técnicas usemos materiales y procesos de la naturaleza, y más importante aún, usemos sus leyes, incluso sin conocerlas”. Cuando el dominio científico alcanzó un enorme calado a mediados del siglo pasado, dijo, dejamos de hablar de técnica para hablar de tecnología, que definió como “la aplicación sistemática del conocimiento científico a la resolución de problemas prácticos o materializables”. Sin embargo, la técnica no puede quedar preterida como una etapa imperfecta del conocimiento, porque es una propiedad innata del ser humano, “una predisposición innata a usar nuestra creatividad mental de una manera pragmática, en búsqueda de resultados que se pueden explotar y compartir”. Como afirma el antropólogo Eudald Carbonell, “La biología nos hominiza; la técnica nos humaniza”, señaló.

La humanización por la técnica es muy anterior a la Edad del Bronce, desde las técnicas líticas del Paleolítico y del Neolítico, que son trasunto de lo natural, mientras que de las metalúrgicas no hay ejemplos directos en la naturaleza. Son invención humana, y tuvieron un precedente importante en el barro, con el que se crearon escudillas, potes, tinajas, botijos o lamparillas. Y todo ello no hubiera prosperado sin el fuego, como demuestra el descubrimiento de fogones en Altamira,  milenios antes de que existieran las ciudades sumerias, apostilló.

Salto inimaginable

Pero de esos fogones a los hornos requeridos para que nazca la Edad del Bronce, hay un salto inimaginable en temperatura, configuración, materiales y manejo, empezando por los combustibles. En Altamira sería leña y en Sumeria carbón vegetal, o incluso bitumen o crudo petrolífero. “Los constructores del horno tenían que hacer una torrecilla de piedras refractarias que fuera cerrándose desde una base amplia a una salida de humos angosta, llegando a saber aquellos portentosos proto-ingenieros cómo mantener en su justo caudal la alimentación de aire con abanicos y fuelles, pues, de inyectarlo en demasía, la llama se aviva, pero el humo resulta más frío y las paredes del horno no llegan a calentarse lo suficiente; y si el aire falta, el horno se sofoca y tampoco cumple su función. Y de una manera que tuvo que ser extraordinariamente ingeniosa, los proto-ingenieros de hornos llegaron a alcanzar tales temperaturas que se puso de manifiesto una propiedad material que tenía escondida la naturaleza, y que necesitaba 1000 grados centígrados para manifestarla”.

La historia ignota del bronce no es la única que merece glosa, indicó Martínez-Val; la invención de la rueda es otra de las gestas técnicas más fértiles. Y subrayó su carácter de invención porque, en el caso del bronce, el invento es el horno, y el bronce lo que se descubrió inesperadamente.

Al referirse a una última historia ignota: la de la escritura, el recipiendario se remontó nuevamente a la Mesopotamia de los hornos, “donde fueron cocidas cientos de miles de tablillas, muchas de las cuales contienen recetas médicas, y sentencias de pleitos, y manifiestos de carga de caravanas, y capitulaciones matrimoniales. Y por encima de todo, para mi gusto, contienen La epopeya de Gilgamesh, subyugante narración que por sí sola justifica inventar la escritura”.

Antes de concluir, el nuevo Académico propuso a la corporación rendir homenaje a la Generación del 98, para él, una de las más grandes manifestaciones literarias de la humanidad, en la que se unen literatos con excelsos médicos, como Cajal, o grandes ingenieros, como Francisco de Rojas, Lucas Mallada o el propio Echegaray.

Mención de Honor

Hijo de dos doctores en letras y derecho, que optó por estudiar ingeniería influido por la afición de su madre a los coches y las bicicletas, y casado con una Catedrática de instituto, José María Martínez-Val es autor de 150 publicaciones en las principales revistas internacionales, con más de 2.500 citas. Ha recibido la Mención de Honor a la trayectoria profesional del Colegio Oficial de Ingenieros de Madrid, en junio de 2015, resaltó en su contestación la doctora Moratilla.

Vinculado toda su vida profesional a la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la Universidad Politécnica de Madrid, desde que comenzó sus estudios, que acabó como número uno de su promoción y con premio nacional, en dicho centro ejerce como Catedrático de Ingeniería Térmica. Como Director de la escuela desarrolló una fuerte internacionalización de los estudios y anticipó convenios de doble titulación con prestigiosas universidades europeas. En su etapa de Catedrático de Tecnología Nuclear compaginó su labor con la Secretaría General de la Sociedad Nuclear Española, que presidió el bienio 1987-88.

Ha producido una treintena de patentes que abarcan la energía solar, la fusión y la fisión nuclear, y ha formado parte del Comité Científico y Técnico del EURATOM, que presidió por dos cuatrienios. El coche eléctrico es otra de las áreas en las que centra su interés.

Autor de novela histórica

Ha sido distinguido con diferentes premios, entre ellos, el de Eficiencia Energética del Programa de Movilidad Verde del Ayuntamiento de Madrid, un primer paso para plantear con rentabilidad y rigor la electrificación progresiva del transporte público y privado de superficie.

Martínez-Val también dedica su tiempo a la escritura. Fue finalista del Premio Planeta en 1981, con Llegará tarde a Hendaya, que narra los planes de los servicios secretos de los contendientes en la Segunda Guerra Mundial para alterar la reunión entre Franco y Hitler en Hendaya. Otras novelas suyas son: Espía por espía, Tinta desde Lepanto, recreación de la vida de Cervantes, y Memorias del muerto.

Expresó la doctora Moratilla el deseo de que el nuevo Académico siga contribuyendo con la diversidad de sus conocimientos para contribuir a facilitar un mix energético bien planificado y diseñado, sin ideologías, y en el que tengan cabida todas las tecnologías energéticas disponibles.