Sánchez de la Torre recupera los principios de ciudadanía y patriotismo del pedagogo Eloy Luis André

El miembro numerario de la sección de Derecho de la RADE intervino en la sesión titulada “Diversidad de fuentes del Derecho”

Sánchez de la Torre recupera los principios de ciudadanía y patriotismo del pedagogo Eloy Luis André

Sin la conciencia nacional que tiene el hombre de su inserción en una cultura nacional donde alientan un sentimiento y una orientación valorativa característica, no hay fuerzas conscientes que configuren una mentalidad colectiva ni, por tanto, una conciencia ciudadana auténtica, cuyas virtudes morales son patriotismo, honestidad cívica y solidaridad con la prosperidad común. Sobre estas reflexiones de Eloy Luis André (1878-1935), filósofo, psicólogo, pedagogo y escritor gallego, basó la sesión “Diversidad de fuentes del Derecho”, Ángel Sánchez de la Torre, académico de número de la sección de Derecho, de la Real Academia de Doctores de España (RADE). El ponente estuvo acompañado del secretario general de la corporación, Emilio de Diego, que actuó como moderador, y del director de la Escuela de Práctica Jurídica de la Universidad Complutense, Manuel Pedro Gallego Castillo.

Como maestro de enseñanza primaria, Sánchez de la Torre confesó su interés por las enseñanzas de los grandes pedagogos como André, un autor que reaccionó contra el positivismo y el cientifismo jurídico de finales del XIX, y articuló una teoría de los valores aplicados. Fue un pensador cuyo primer tema de atención fue la vida colectiva de los españoles, exorcizar los vicios de sus connacionales y poner a España en el buen camino. Su ideal era la libertad; su método, la educación para la democracia; su entusiasmo, el servicio a la patria. Traductor de Wundt, André fue catedrático de bachillerato “cuando los catedráticos eran sabios y el bachillerato una verdadera introducción a la cultura”, y terminó su carrera siendo profesor de la Escuela Superior de Magisterio de Madrid.

Fiel a su mentalidad laicista y a su propensión pedagógica, aunque era religioso, este gran olvidado planteó en infinitas obras, como Ética española, las cuestiones de la formación social en términos de un ciudadano responsable de los destinos de su país.

Para este pensador, afirmó el ponente, la propedéutica política aspira a preparar para la vida pública a las nuevas generaciones con métodos adecuados. Para ello se ha de fijar en las relaciones institucionales que hay entre la escuela, el hogar y la sociedad amplia. Pero, además una propedéutica política tiene que hincar también su eficacia sobre los principios considerados en el seno de las masas subvertidas en la ignorancia, en el analfabetismo práctico o en los contagios de la eyección moral o de la rutina rufianesca en la que hallan su caldo de cultivo las ideologías extremistas.

Una actuación constante de las mentes y voluntades de los ciudadanos para llevar a cabo los criterios de progreso moral, produciría el más poderoso generador de opinión pública constructiva y de proyectos legales mejoradores de la realidad existente, señaló el ponente citando a André. La ciudadanía es, por tanto, la base de la virtud constituyente de la libertad democrática y de la racionalidad social de cada individuo nacido en una comunidad humana.

Distingue André la conciencia individual de la nacional. Aquella es principio racional agente de organización mental y fuerza que se orienta en sí misma con estrecha solidaridad con el mundo de su entorno concreto. Por el contrario, la conciencia nacional está fraguada a base de consensos, simpatía y actividad conjunta. Piensa André que sin conciencia nacional, es decir, sin la conciencia que tiene el hombre de su inserción en una cultura nacional donde alientan un sentimiento y una orientación valorativa característica, no hay fuerzas conscientes que configuren una mentalidad colectiva ni, por tanto, una conciencia ciudadana auténtica. Conciencia ciudadana será, por consiguiente, la que el individuo tiene de su existencia colectiva en cuanto miembro de una organización política y como participante de una concepción común de quienes existen en un ámbito organizado de convivencia. Las virtudes morales propias de un ciudadano serán: patriotismo, honestidad cívica y solidaridad con la prosperidad común. La palabra ciudadanía es sinónima de espíritu colectivo y comunidad, en oposición a particularismo, individualismo y egoísmos individuales, corporativos o localistas; pero también es sinónima de la conciencia de los derechos, deberes y esfuerzos que los individuos han de realizar en favor del bienestar y de la prosperidad del pueblo, o sea, de las virtudes públicas.

Patria, ámbito de encuentro

Para André, los españoles adolecemos de primitivismo y exotismo. La diferencia de unos se conjuga con el salvajismo de otros olvidando las exigencias normales de la existencia nacional. La voluntad colectiva no existe o se ejerce como resistencia y antagonismo a cualquier pretensión de buscar o demostrar cualesquiera iniciativas salvadoras. En lugar de ideas comunitarias surgen emociones simplistas, egoístas, particularistas, adoptando formas primitivas que se alimentan más de odios personales y de rencores basados en ultrajes y dominios supuestos, que en una comprensión profunda, en una abnegación generosa, en una exaltación cordial en la búsqueda de la justicia. En contraposición a este panorama, la patria es un ámbito de encuentro común en la tierra de los ancestros, en la hermandad de los contemporáneos, en el destino buscado para los hijos. Los deberes cívicos de un ciudadano de cada país democrático tiene una proyección que mira estas conexiones con la entidad cultural que llamamos patria. Su desarrollo origina las virtudes del patriotismo idénticas para cada uno de sus ciudadanos y se define en varios aspectos mutuamente implicados: conocer, amar, servir y abnegarse por la patria.

Estima André que es posible definir un ideario de vida pública española que encarne genuinamente sus ideales y aspiraciones patrióticas, entre cuyos elementos constitutivos figurarían: renovar la genuina tradición histórica española, alentar las actividades nacionales de todo orden dentro de los parámetros del mundo occidental, articulando tradiciones culturales procedentes de todas las influencias recibidas a lo largo de la historia nacional; organizar la educación moral y material del pueblo para que el régimen democrático sea espontáneamente desarrollado por los esfuerzos comunes y el diálogo permanente de todos quienes integramos España; instaurar una forma nacional de Estado que sea capaz de articular todos los elementos existentes en la conciencia nacional renovada en cada región y en cada tradición histórica u orientar por los nuevos valores inspiradores de convivencia ciudadana a las nuevas generaciones.

Las manifestaciones anómalas de patriotismo son múltiples, y no siempre están exentas del patriotismo de los españoles y de algunos de sus grupos, mantiene el autor recuperado por Sánchez de la Torre. El chovinismo, la xenofobia, el patriotismo de campanario, distinto del de la patria chica, la patriotería burguesa, el nacionalismo recortado, el imperialismo hacia otras regiones nacionales o hacia ámbitos extranjeros supuestamente dependientes en lo histórico o lo cultural; el irredentismo, muchas veces alentado por los propios privilegiados en el conjunto del país, son matices cancerosos en el alma nacional no solo en cuanto al conjunto nacional, sino en el seno de las colectividades que los albergan por muchos que hayan sido sus caracteres diferenciadoras y sus méritos históricos. No debemos establecer un antagonismo entre la patria chica y la patria grande, España, la única patria integral. El culto a la patria chica que no trasciende de sí mismo es egoísta, inspira recelo y está condenado a perecer o a ser mensajero de desorden. La escala de valores en la categoría del amor patrio sin exclusivismo ha de trascender a la España mayor, el conjunto de España, Portugal e Hispanoamérica, y al conjunto de la humanidad.