Una minoría docente sostuvo la productividad de la Universidad Central a principios del siglo XX

La pedagoga Ángela del Valle López ingresó como académica de número de la RADE

Una minoría docente sostuvo la productividad de la Universidad Central a principios del siglo XX

En la compleja coyuntura política, social y económica de la España de las primeras décadas del siglo XX (1900-1923), la productividad científica de la Universidad Central de Madrid transmite una imagen significativamente positiva, si bien, en cuanto a la producción acumulada de cada catedrático no se puede afirmar lo mismo, con una acusada diferencia entre la labor de unas pocas personalidades y el conjunto del profesorado. Esta conclusión forma parte del discurso de toma de posesión como miembro de número de la Real Academia de Doctores de España (RADE) de la doctora Ángela del Valle López, en una sesión presidida por el titular de la corporación, Jesús Álvarez Fernández-Represa.

En el comienzo de su discurso, Una llamada a la Universidad Central en las primeras décadas del siglo XX: La productividad científica, la doctora Del Valle, que era académica correspondiente de la RADE desde 1990, expresó su agradecimiento por ocupar la medalla número 2 de la corporación, que hasta su desaparición ocupó su maestra y guía la doctora Ángeles Galino Carrillo, de cuyo equipo de trabajo ha formado parte.

“Interesa afirmar —precisó en sus conclusiones la doctora Del Valle— que en la España de las primeras décadas del siglo XX, en medio de los avatares de esos años, un fermento reducido compuesto de diversos profesores universitarios que, como en todos los países, desempeña una función de minoría, inquietando, removiendo y tratando de orientar hacia la elevación científico-cultural a toda la masa, apostaron por la ciencia. Hubo entonces aspiraciones de incorporar a la universidad el sentido europeo de innovación representado por Francia, Alemania y otros países, con orientaciones diversas entre sí, pero que importaba asimilar para vigorizar con nueva savia nuestro espíritu universitario. En esta coyuntura, la Universidad Central gestionó las bases para que se formara el sabio, el filósofo, el educador, el investigador científico, no solo enseñando y transmitiendo conocimientos, sino que los fue generando mediante la actividad investigadora que en algunas ramas de la ciencia ha sido puntera en el mundo”.

Recordó la doctora Del Valle el contexto general del país al iniciarse el siglo XX: repercusiones sociales de la crisis del 98 y formación de un nuevo panorama cultural, político y educativo de enorme trascendencia; y el panorama europeo, azotado por la Primera Guerra Mundial y la amenaza de crisis económica. En España fue la etapa del revisionismo. Los cambios políticos y las reformas educativas tuvieron corto alcance y no pudieron impedir el hundimiento paulatino del sistema. Se creó el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes y se elaboró una reforma universitaria, que no llegó a culminar. Hasta 1917 se alternaron gobiernos de coalición. Los problemas sociales agudizaron las luchas entre patrones y trabajadores, las cuestiones religiosas reverdecieron con crecientes protestas contra la Iglesia, especialmente en la enseñanza; reapareció la cuestión militar, los nacionalismos no admitieron negociación, el problema de Marruecos estalló en conflicto bélico, la crisis de 1917 estuvo motivada por la escasez de medios para la gran mayoría social. A partir de entonces el declive fue total. Se sumaron la contestación política, la conflictividad laboral y el desastre militar, y se terminó en la Dictadura de Primo de Rivera.

La ansiada autonomía universitaria

Los proyectos legislativos universitarios de 1900-1902 fueron una respuesta a las reclamaciones de la universidad que pedía autonomía, cansada del agobio burocrático y del control ideológico a que le había sometido el centralismo. Se reconocía a la universidad personalidad jurídica, la estructura de gobierno se descentralizaba un tanto: el rector, con la ayuda del Consejo Universitario que tenía amplias competencias en asuntos financieros, mantenía la autoridad en el distrito universitario; el Claustro Ordinario y la Junta de Facultad representaban al cuerpo de catedráticos, el Claustro Extraordinario de Doctores y la Asociación de Estudiantes tenían escasa capacidad de decisión, el Claustro participaba en la elección de rector; pero el ministro se reservaba la formación de tribunales para las cátedras.

Pero quedaba mucho por hacer, como precisó la recipiendaria. La escasez de recursos económicos y la falta de efectividad del claustro, que se reunía ocasionalmente, fueron profusamente denunciados por los profesores. En 1919, el ministro César Silió, bajo la presidencia de Maura, sorprendió a todos con una ambiciosa reforma que declaraba la autonomía universitaria. Una de sus novedades era que vinculaba al profesorado a cada universidad, lo que recortaba contundentemente la injerencia gubernamental. La reforma, criticada por todos los sectores, no se llevó a la práctica por motivos económicos: las fuentes de recursos de la universidad no llegaban al cubrir el mínimo de gastos para su supervivencia. En 1922 otro real decreto puso fin a la autonomía universitaria y dejó en suspenso la reforma, salvo en el reconocimiento de la personalidad jurídica de la universidad. La autonomía quedaba así dormida, y hasta la Constitución de 1978 y la Ley de Reforma Universitaria de 1983 no se volvió a tocar.

El concepto de misión de la universidad osciló en esos años entre las corrientes centradas en la concepción utilitaria, la científica pura y la pedagógica y social, continuó la doctora Del Valle. En la España del XIX el modelo de la universidad alemana de Humboldt había penetrado con fuerza: vinculado más a la búsqueda de la verdad y la enseñanza de modos de hacer avanzar el conocimiento, que a la transmisión de saberes adquiridos; más a principios humanísticos, que a fines utilitarios; más a la formación de un carácter moral propio en el ser humano liberal (libre y generoso), que a la formación profesional. El modelo inglés, que proponía una universidad más intelectual que científica, más educativa que instructiva, era el preferido de Giner de los Ríos, que buscaba armonizar el carácter científico y profesional en la educación integral e ideal del hombre, y se inclinaba por una universidad formadora de hombres. Por su parte, Ortega y Gasset reconocía tres fines a la universidad: profesional, investigador y cultural. La reforma de 1919 vino a ratificar una doble misión de la universidad: profesional, pero también de investigación y alta cultura.

Había pues, como señaló Del Valle, coincidencia en la misión universitaria: investigación científica, transmisión crítica de la ciencia y formación cultural y humana de nivel superior, con el añadido de servir a los intereses económicos y sociales del país. En las primeras décadas del XX se buscó que la Universidad Central cumpliera por todos los medios su misión y que investigación y docencia no se desdibujaran. El problema estuvo en cómo realizarla de modo eficiente, pues carecían de los elementos precisos, indicó la doctora Del Valle.

“Debido a la escasez de recursos públicos, el menguado desarrollo económico, el anquilosamiento de las estructuras universitarias, la notoria falta de locales en 1900, todo ello hizo muy difícil la enseñanza y la investigación científica, que solo fueron posibles gracias al tesón y voluntad de algunos docentes-investigadores empeñados en superar aquellas barreras”, afirmó la nueva académica para, a continuación, poner de manifiesto el papel desempeñado, en medio de todas las dificultades reseñadas, por nombres de indiscutible prestigio, entre otros muchos importantes. En el campo de la medicina sobresale Santiago Ramón y Cajal, científico universal fundador de los fundamentos y presupuestos de la neurología. En el ámbito de la filosofía y las letras, la figura de Marcelino Menéndez y Pelayo destaca por encima de controversias y polémicas. Francisco Giner de los Ríos, con su carácter multidisciplinar, brilla en el terreno de la jurisprudencia. Las ciencias, con sus distintas ramas, aportan un nutrido listado de catedráticos relevantes: Ignacio Bolívar, en biología; Odón de Buen, zoólogo; Eduardo de los Reyes, botánico; Salvador Calderón y Eduardo Hernández, geólogos; Blas Cabrera, físico experimental, o Miguel Vegas, matemático, como Luis Octavio de Toledo y Julio Rey Pastor. Y en el área de farmacia cabe citar a Francisco de Castro y José Francisco Carracido.

Docente de cuna

Como hija y nieta de maestros de primera enseñanza, la doctora Ángela del Valle, parecía destinada a la docencia, afirmó el doctor Emilio de Diego García en su contestación al discurso de ingreso de la nueva académica de número. Hizo la carrera de magisterio, se licenció después en Filosofía y Letras en la Complutense y en Filosofía y Ciencias de la Educación, sección Pedagogía, en la Central de Barcelona, donde se doctoró.

Durante años ejerció el magisterio como sus padres y su abuelo. Fue luego coordinadora del Instituto de Investigaciones y Estudios Pedagógicos, de Somosaguas y, más tarde, profesora de la Complutense en materias relacionadas con la educación y los sistemas educativos. De 2008 a 2011 ha sido profesora emérita.

Más de medio siglo de actividad docente y casi cuatro decenios de trabajo de investigación, han dado como frutos su participación en una veintena de proyectos, 22 tesis doctorales dirigidas, una quincena de libros propios y más de 20 compartidos, varias decenas de artículos y su asistencia e intervención en múltiples congresos, seminarios y jornadas. Todo ello, como apuntó el doctor De Diego, con una extraordinaria calidad, que avalan diferentes premios, entre los que destaca el Nacional de Investigación del Consejo de Universidades .

Antes de terminar su intervención, el doctor De Diego señaló que, a lo largo de casi el siglo transcurrido desde la época reflejada por la doctora Del Valle, persiste “la falta de decisión, de verdadero compromiso entre los políticos y la universidad. Pero, a modo de ejercicio autocrítico, llamaríamos a reflexionar sobre la eficiencia en la aplicación de los recursos disponibles, en cada momento, y los efectos perversos, o en todo caso no suficientemente positivos, del ejercicio de la autonomía universitaria ayer y hoy”.